2.416. SAN
CRISTÓBAL, LA SIERRA SAGRADA. (Isla Cartare IX)
1 Ubicación
de la Sierra de San Cristóbal y en la zona ampliada los yacimientos
arqueológicos de la Antigüedad: 1.- Ciudad del Castillo de Doña Blanca. 2.-
Acrópolis del siglo IV. 3.- Poblado de Las Cruces. 4.- Necrópolis de Las Cumbres. 5.- Poblado de
La Dehesa. 6.- Posible ubicación del puerto de la ciudad. 7.- Plataforma de
cazoletas (Cobre-Bronce). 8.- Yacimiento de Buenavista (taller lítico). 9.-
Poblado de Las Beatillas.
Que la Sierra de San Cristóbal sólo
tiene de sierra el nombre es tan cierto como que el espacio que ocupa (5’8 kms
de longitud y 2 de anchura máxima) entre las campiñas de Isla Cartare y las marismas
del Guadalete –a orilla de la antigua bahía de Cádiz-, propició, junto a la
abundancia de recursos naturales (suelo agrícola, manantiales de agua, piedra,
madera, caza, pesca) que este privilegiado y estratégico enclave fuese habitado
por sucesivas comunidades humanas que durante más de cinco mil años dejaron, de
punta a punta, de Cerro Verde al Cerro de San Cristóbal, las huellas de sus vidas
y sus improntas culturales.
2 Vista parcial de la Sierra de San Cristóbal desde las marismas. / Foto, Juan José López Amador, 2014.
Pese a que el conocimiento de la
historia de su ocupación es muy limitado por la falta de actuaciones públicas
que hayan apostado por su protección y conservación, por su estudio integral
multidisciplinar y su progresiva adecuación para el disfrute de los ciudadanos,
la Sierra de San Cristóbal acumula y guarda en sus entrañas, como una de las
cunas urbanas de Occidente que es, una historia destacadísima en la que lo
sagrado, espiritual, religioso, trascendente o como se le
quiera llamar, estuvo siempre presente. Sobre ello queremos incidir en ésta y
las dos próximas entregas de Isla Cartare, marcando este carácter sagrado vinculado
a la vida, a la muerte y al más allá que impregnó a la Sierra de San Cristóbal
en el transcurso de la Historia, y que aún hoy, pateándola sin prisas y con los
sentidos atentos, aún se percibe.
Escribimos en otro lugar (ver nótula 2.245)
que la primera comunidad humana que de forma estable se asentó en el actual
término portuense lo hizo hace unos seis mil años en el pago de Cantarranas,
cerca del mar y del arroyo Salado de Rota, hasta que el poblado fue abandonado
durante la primera mitad del III milenio antes de nuestra era, cuando se
desarrollaron nuevos hábitats –de la Edad del Cobre- en dos áreas: en los
márgenes del Salado, principalmente en el entorno de la laguna del Gallo, y en
la Sierra de San Cristóbal, donde a cada extremo se ha detectado la presencia
de un poblado, en Las Beatillas y junto a Doña Blanca. Y entre ellos, en el
yacimiento Buenavista (junto a la carretera Jerez-Puerto
Real), un taller estacional donde manufacturaban útiles de piedra.
3 Ubicación
de La Dehesa y Doña Blanca con la reposición de la antigua bahía de Cádiz
(marismas) a partir de una foto aérea tomada por José Ignacio Delgado
‘Nani’.
EN LA DEHESA
Cuando los fenicios arribaron a la bahía de Cádiz a fines del siglo IX
antes de Cristo y fundaron al pie de la Sierra de San Cristóbal la ciudad del
Castillo de Doña Blanca –la que los griegos llamaron Puerto de Menesteo-, su espacio y su entorno inmediato, a orilla
del mar, había sido habitado por comunidades indígenas desde mucho tiempo
atrás.
4 José Ignacio
Delgado y José Antonio Ruiz sobre la huella de un fondo de cabaña de La Dehesa,
en 1982. /
Foto, J.J.L.A.
En linde a Doña Blanca, en el paraje conocido como La Dehesa, en 1982
y 1985 se realizaron sendas campañas arqueológicas dirigidas por Diego Ruiz
Mata que sacaron a la luz (en 1.000 m2 excavados) las
huellas parciales de un poblado del Cobre, de
mediados del III milenio a.n.e. Conformaban el hábitat cabañas
circulares (de 3’20 m de diámetro la mayor) agrupadas en núcleos dispersos,
ligeramente excavadas en el suelo y levantadas con zócalos de piedra, paredes
de tapial y cubierta vegetal, teniendo algunas delante zanjas en las que
seguramente se encajaban mamparas para protegerlas del viento de Levante; y
entre las cabañas, silos excavados para el almacenaje del sustento de la
población y otras pequeñas estructuras de desconocida función.
Poblados como el de La Dehesa, cuyas características formales
perduraron hasta la llegada de los fenicios, cimentaron las bases sociales y
económicas que dieron lugar a la eclosión de la cultura tartésica (ver nótula 2.273 en Gente del Puerto).
EL HIPOGEO DEL SOL Y LA LUNA
5 y 6 A la izquierda, Nani
accediendo al hipogeo del Sol y la Luna el día que lo descubrimos, abril de
1983. Abajo, Juan José en el interior colmatado del hipogeo. A la izquierda, la
columna central de la cámara funeraria. / Fotos, J.J.L.A. y Nani.
Enfrente de Doña Blanca, en la zona nombrada Las Cumbres y ocupando
más de 100 hectáreas de la falda de la Sierra se encuentran, prácticamente
desconocidas por no excavadas, las necrópolis de quienes habitaron estos
parajes durante la Antigüedad.
En 1983, José Bermúdez, querido amigo ya fallecido y entonces obrero en
las excavaciones de Doña Blanca, nos informó de la existencia de una pequeña “cueva”
frente a la ciudad fenicia. Personados en el lugar en compañía de José Ignacio
Delgado ‘Nani’ y José Antonio Ruiz, constatamos la presencia de un hipogeo
excavado en la roca, colmatado de tierra, en el que en 1987, bajo la dirección
de Diego Ruiz Mata, se intervino arqueológicamente, resultando ser el
enterramiento colectivo de unos 25 individuos que vivieron –seguramente en el
entorno de La Dehesa- durante la Edad del Bronce Pleno, hacia los años
1700-1500 antes de nuestra era, según dató su excavador. No obstante de esta
cronología, los enterramientos exhumados corresponden a una reutilización del
recinto mortuorio, que en su origen fue excavado en la piedra calcarenita a
fines del tercer milenio, en los tiempos postreros de la Edad del Cobre.
7 Acceso al
hipogeo durante su excavación en 1987. En el dintel, los símbolos del Sol y la
Luna. /
Foto, J.J.L.A.
Al recinto se accedía por un pequeño pozo escalonado que daba a la
puerta de acceso a la cámara funeraria, teniendo grabada al centro del dintel
la figuración de los símbolos astrales del Sol y la Luna Creciente. Al exterior
de la cámara quedaban los receptáculos donde se realizaban las libaciones sagradas, y a un lado un nicho sepulcral.
Al interior la cámara presentaba una planta circular de 3 m de diámetro, techo
plano a 1’80 m, una columna central y, al fondo, un amplio nicho conteniendo
los restos óseos (muy destrozados por la acidez del terreno) de quienes aquí
tuvieron su última morada. Y con ellos, los ajuares funerarios, de los que se
pudo recuperar –conociéndose que la tumba ya fue expoliada en época romana-
cuencos y vasos de cerámicas y objetos personales de oro, plata y bronce.
8 Interior de la
cámara funeraria con la columna central y el nicho de las inhumaciones. / Foto, J.J.L.A.

Es conocido un segundo hipogeo en Las Cumbres, no excavado, de mayores
dimensiones, que tiene tras su puerta de acceso un amplio habitáculo central al
que se abren, a derecha, izquierda y enfrente, tres grandes nichos mortuorios.
10 Desde la cima del Cerro de San Cristóbal, vista
parcial de la necrópolis de Las Cumbres (más de un millón de m2), Doña Blanca, las marismas, El Puerto,
Valdelagrana, la Bahía y Cádiz. / Foto,
J.J.L.A.
EL TÚMULO FENICIO
La única excavación arqueológica realizada en la necrópolis de quienes
habitaron Doña Blanca durante 600 años (fines ss. IX-III a.C.) se verificó en
1984-85, también dirigida por Ruiz Mata, en un túmulo que acogió las tumbas de
un clan familiar durante todo el siglo VIII a. C.
El montículo artificial, de 22 m de diámetro y altura máxima de 1’80
m, tenía en su centro, enmarcado por un muro de adobes y excavado en la roca,
el ‘ustrinum’, la fosa donde se incineraron los cadáveres. Y en su entorno, en
cavidades practicadas en la roca y en resquicios naturales, 63 cremaciones
depositadas en urnas que también contenían objetos personales de los difuntos
(broches de cinturón, fíbulas, anillos, pendientes, cuchillos, cuentas de
collar…); y junto a las urnas, quemaperfumes y copas de libación empleados en
los rituales y otros recipientes cerámicos de ofrendas. Finalmente, cada tumba
se sellaba con piedras y arcilla roja.
11 Excavación
del túmulo fenicio en 1984. / Foto, J.J.L.A.
Una vez amortizado el espacio funerario a fines del s. VIII, el
enterramiento colectivo se cubrió con un potente estrato de piedras y tierra,
creándose una estructura tumular de forma troncocónica y delimitada en su
contorno con piedras medianas y grandes espaciadas.
12 La tumba nº24
del túmulo fenicio, de fines del siglo VIII a.C. / Foto,
J.J.L.A.
El túmulo, cuyas características son netamente semitas en sus rituales
y en los materiales culturales, denota, por la coexistencia con cerámicas
indígenas, la aculturación y la bien avenida interrelación de ambas comunidades
–fenicia y tartesia- desde los primeros momentos de la fundación de Doña
Blanca.
13 Parte del ajuar
de la tumba nº24: dos urnas, una ampolla, un soporte, fragmentos de una cazuela
y dos vasitos de alabastro. / Foto, Museo Municipal de El Puerto.
Debió de conformar la extensa necrópolis fenicio-púnica de Las Cumbres
–en la que sin duda también habrá numerosos enterramientos en fosas y cistas-
una verdadera ‘ciudad de los muertos’ plenamente integrada –visualmente
también- en la de ‘los vivos’. El doctor Ruiz Mata tiene la creencia –y
nosotros con él- de que su aspecto nada tendría que ver con un espacio lúgubre
y apartado, sino todo lo contrario. Uno de nosotros (J.J.L.A.), como
restaurador del Museo Municipal, tuvo la ocasión de consolidar in situ y
extraer las tumbas y sus ajuares, y comprobamos en muchas de ellas la presencia
de rastros de plantas y flores que serían depositadas y cuidadas por los
familiares de los difuntos, resultando un espacio ajardinado que se mantendría
abierto y visitado durante todo el siglo VIII, hasta que el conjunto se selló.
Y también se constató, a cada lado del túmulo, la antigua presencia de pequeños
arroyos –naturales o antropizados en sus cauces- que verterían su caudal al pie
de Doña Blanca.
LA ESTELA DE LA CANTERA
De la época más antigua en que la Sierra fue habitada
–durante la Edad del Cobre- es testigo la espléndida estela que se exhibe en el
Museo Municipal (Hospitalito), que tiene la singularidad que fue descubierta
hace tres años –por el portuense Francisco Javier Verano- como una piedra más
dispuesta en el espigón de La Puntilla, aunque se tiene por seguro –al estar
facturada en piedra calcarenita de San Cristóbal- su procedencia frente a la
necrópolis de Las Cumbres, en la falda sur del Cerro de San Cristóbal que se
desmontaba en 1970 para construir ambos espigones del Guadalete (395.000
toneladas métricas de piedra).
Fracturada
en su base y en un lateral al sacarse de la cantera, presenta un perfil
triangular, altura de 2’20 m y anchura máxima de 1’30 m. Las tres caras
conservadas presentan en toda la superficie tallas en bajorrelieve de círculos
concéntricos en el anverso y el lateral y ‘cazoletas’ en el reverso, símbolos
de desconocido significado.
14 Cara frontal de la estela menhir de la Edad del
Cobre procedente de la Sierra de San Cristóbal. / Museo
Municipal de El Puerto.
Examinada
la pieza por dos de los mejores conocedores del megalitismo europeo, Primitiva
Bueno y Rodrigo de Balbín, la vinculan, en sus motivos decorativos y la técnica
de la talla, con el ‘arte megalítico atlántico’ de la Bretaña francesa
(yacimiento de Gavrinis) e Irlanda (Newgrange), y datable hace unos 5.000 años
(medio milenio más antigua que las cabañas excavadas en La Dehesa).
Probablemente esta estela-menhir (que
originariamente tuvo dimensiones notablemente mayores) no se levantó como un
monumento aislado, sino integrado en un recinto religioso-funerario –formando
parte de un dolmen o en alineaciones de menhires- que, por su ubicación, sería
visible por cuantos navegantes llegaran a la Sierra. Y seguramente estaba
vinculado, espacial y cronológicamente, con algunos vestigios pétreos que
descubrimos en lo más alto del Cerro de San Cristóbal.
LA PLATAFORMA DE LAS CAZOLETAS
15 Vista parcial de
la explanada de las ‘cazoletas’. Al fondo, el Cerro de la Bola, término de
Jerez. Abajo, entre ambos cerros transcurre el
arroyo del Carrillo o de Matarrocines, que durante la Antigüedad fue un curso
fluvial de abundante caudal. / Foto,
J.J.L.A.
En la cumbre de la Sierra (124 m), al borde del
perfil desde donde se divisa Jerez y las marismas del Guadalete y la bahía, en
2008 reparamos en la presencia de unos escalones tallados en la piedra que
daban acceso a una plataforma plana repleta de decenas de ‘cazoletas’ –como las
de la estela-menhir del Museo-, difundidas ampliamente durante la Edad del
Cobre por todo el Mediterráneo y el Atlántico.
A falta
de un estudio arqueológico que determine su origen y función, dos posibilidades
se contemplan. Ruiz Mata considera que la estructura pétrea podría corresponder
al altar de un lugar sagrado donde probablemente se realizaban rituales y
sacrificios. Y Balbín y Bueno, considerando también esta hipótesis, apuntaron
en su visita al lugar que las oquedades de las ‘cazoletas’ pudieran ser el
espacio en que se batían metales, donde se martillaban para moldearlos. De ser
éste el origen, la plataforma de las ‘cazoletas’ se construiría en algún
momento indeterminado de la Edad del Bronce.
EL CIERVO DE LAS BEATILLAS
16 Junto a los
campos de trigo de Las Beatillas, el enterramiento del ciervo de la Edad del
Cobre.
/ Foto, J.J.L.A.
Decíamos arriba que al otro extremo de la Sierra, en Las Beatillas,
existió un segundo poblado de la Edad del Cobre, en lo conocido, unos 800 años
más antiguo que el de La Dehesa. Lo detectamos en 1984, a la altura de la cima
de la Cuesta del Chorizo y a espalda del parque acuático, donde observamos –con
José Ignacio Delgado y José Antonio Ruiz- varias estructuras antiguas excavadas
en la marga (amarillenta) del terreno, visibles en el perfil de una vieja
cantera.
17 El túmulo de
piedras medianas bajo el que se descubrió el cérvido. / Foto, J.J.L.A.
Con el fin de identificar cultural y cronológicamente el yacimiento,
el Museo Municipal realizó entonces una pequeña intervención arqueológica,
hallándose, junto a otras estructuras que sólo fueron limpiadas en el perfil,
una fosa semicircular excavada en la marga (1’20 m diámetro y 70 cm de
profundidad) que contenía el enterramiento de un ciervo. El ejemplar, cuyo
análisis tafonómico realizó Antonio Monclova Bohórquez, correspondía a un macho
adulto de edad joven al que se le extrajo la cornamenta antes de enterrarse y
al depositarse se le colocó sobre la quijada –desconocemos el motivo- una
piedra plana cuarcítica. Luego fue cubierto por un túmulo de piedras con forma
troncocónica y el silo o fosa se selló con la tierra vegetal circundante, en la
que se hallaron cerámicas de la Edad del Cobre en su etapa inicial que análisis
de Carbono-14 permitió datar en torno al año 3.300 antes de nuestra era.
18 Esqueleto del
ciervo enterrado. A la derecha, aplastando la mandíbula, la piedra cuarcítica,
probablemente vinculada a algún ritual. / Foto, J.J.L.A.
Acaso el animal fue enterrado entonces para macerar la carne antes de
ser consumida (que no lo fue), pero también pudo ser depositado en la fosa, y a
ello nos inclinamos, como parte de un desconocido ritual religioso practicado
por la comunidad que habitaba el lugar hace 5.300 años.
Más allá de este singular hallazgo, bajo las tierras y margas de Las
Beatillas seguramente se encuentre un extenso poblado del Cobre, ocupando un
privilegiado emplazamiento –el Cerro de Buenavista que llamaban en los siglos
XVIII y XIX- que continuó habitado durante mucho tiempo.
19 Excavando en
abril de 1984 el fondo de cabaña de Las Beatillas. / Foto, Nani.
Así, un silo excavado en la marga a 5 m del enterramiento del ciervo
fue datado, también por radiocarbono, hacia el año 2.300 a.C., un milenio
después de la inhumación del cérvido. Y también muy próximo, en el perfil de la
vieja cantera detectamos otra estructura soterrada en la marga (que excavamos
en superficie en 2 metros, hasta el comienzo de la tierra sembrada) que resultó
ser parte de una cabaña con un zócalo de piedras, que fue construida, según las
cerámicas tartésicas y fenicias halladas en su interior, durante la primera
mitad del siglo VII a.C., cuando la ciudad fenicia de Doña Blanca estaba en
pleno apogeo comercial y cultural.
En la próxima entrega continuaremos apuntando la historia sacra de la
Sierra de San Cristóbal a partir de los tiempos romanos, cuando la llamaban,
según transmitió en el siglo I d.C. el geógrafo gaditano Pomponio Mela, el
Bosque Sagrado del Acebuche.
Juan José López Amador y Enrique Pérez
Fernández.
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