LOS POBLADOS DEL
SALADO Y LA LAGUNA DEL GALLO. Isla Cartare (III).
Según el conocimiento que se tiene al
día de hoy, los primeros pobladores que se establecieron en tierras portuenses lo
hicieron durante la I fase del Neolítico, hace unos 6.000 años (datado por
Carbono 14), en un paraje inmediato al mar y próximo al arroyo Salado de Rota,
en el pago de Cantarranas (carretera El Puerto-Rota).
La presencia humana en nuestro término
es muy anterior, constatada en las excavaciones que se realizaron a fines de
los 70 y comienzos de los 80 en plena costa, en El Aculadero, donde se localizó
–según las últimas revisiones del material- un taller lítico de pescadores y
mariscadores del Paleolítico, activo hace unos 110.000 años; pero la primera
comunidad que tuvo el fin expreso de arraigarse y crear una pequeña sociedad
tribal con intereses comunes y compartidos, esa fue la que se asentó en
Cantarranas, probablemente procedente de algún punto –al aire libre o en
cuevas- de las sierras gaditanas.
1 El territorio de Isla Cartare con los asentamientos más antiguos del entorno del Salado de Rota, con dataciones por radiocarbono.
CANTARRANAS
Y LA VIÑA
El yacimiento de Cantarranas lo descubrimos
–junto a nuestro amigo José Ignacio Delgado ‘Nani’ y en nombre del recién
fundado Museo Municipal dirigido por Francisco Giles- en 1982, cuando se
desmontaban –para la construcción y las fábricas de botellas- las grandes dunas
eólicas de hasta 6 metros de altura que cubrían el paleosuelo de arcillas rojas
y margas sobre las que se asentó la población neolítica.
2 Algunos de los silos y otras estructuras excavadas en Cantarranas. / Foto, Museo Municipal.
Por vía de urgencia, el Museo realizó
una primera campaña de excavación en 1982-83, a la que siguieron otras en 1985
–dirigida por Diego Ruiz Mata- y 1986 –a cargo de José Ángel Ruiz Fernández.
3 Vasos del llamado ‘silo de Enrique’ de Cantarranas y elementos líticos de piedra pulimentada y sílex. / Foto, Museo Municipal.
En conjunto, en un espacio de unos 6.000
m2 se detectaron los fondos de algunas cabañas del poblado
(circulares y ovales, que tendrían paredes de adobe y cubierta vegetal), un
extenso taller lítico (3.000 m2) lindero al hábitat, donde
facturaban las herramientas precisas para la actividad agrícola (María Valverde
estudió cerca de 9.000 objetos, tallados en sílex, principalmente, y en
cuarcita), y numerosos silos –12 se excavaron, todos con perfil acampanado- para
el almacenamiento de los excedentes de cereales, que fue la base, junto a la actividad
ganadera y los recursos pesqueros y marisqueros, de la subsistencia económica
del poblado. Y también la de su continuidad y su desarrollo espacial.
A comienzos de la Edad del Cobre (o Calcolítico) –hace unos 5.000 años-, la
población de Cantarranas creció para ocupar en toda su extensión (5.000 m2)
un cerro (45 m) inmediato a la línea de costa y cerca de la desembocadura del
Salado, La Viña, a un kilómetro del hábitat neolítico originario.
En 1984, al comenzarse a urbanizar el
cerro –hoy Poblado Naval-, se realizó una primera excavación por la Delegación
Provincial de Cultura dirigida por Lorenzo Perdigones y otras en 1986-1987 por
nuestro amigo –arriba citado- Pepe Ruiz.
Los trabajos dieron por resultado la localización
de unos 200 silos, cuyos materiales ofrecieron el mismo horizonte cultural de Cantarranas
en su etapa final de la transición al Cobre Inicial, hacia los años 3000-2500
antes de nuestra era.
4 Silo de La Viña que contenían vasijas cerámicas. / Foto, Museo Municipal.
Pero no se ocupó La Viña para ser
habitada –no se detectó ninguna huella de cabañas-, sino exclusivamente para
almacenar los excedentes agrícolas. El hábitat, probablemente, se encontraría más
al oeste, junto a la boca del Salado, por el espacio que ocuparía la aldea
andalusí de Casarejos. Y también, en casos puntuales, varios silos fueron
reutilizados para acoger enterramientos de inhumación individuales y
colectivos, en los que se exhumó un rico material cerámico depositado como ofrenda.
5 Enterramiento de la Edad del Cobre de La Viña descubierta en la campaña de 1987. / Foto, José A. Ruiz Fernández.
Enterramientos que eran contemporáneos a
los que se descubrieron, al otro margen del arroyo Salado, al construirse en
los años 50 la Base Naval: la necrópolis de ‘cuevas artificiales’ que dio a
conocer Berdichewsky; cronológicamente vinculados al hábitat localizado al
interior del Salado en el yacimiento de Casa Cortázar, también en término
roteño.
Así pues, según los estudios de los
yacimientos referidos, a uno y otro lado del arroyo Salado existió un
importante núcleo poblacional –inicialmente establecido en Cantarranas en pleno
Neolítico- que perduró hasta su transición al Calcolítico, cuando durante algún
momento impreciso de la primera mitad del tercer milenio a.C. el poblado de Cantarranas-La
Viña fue abandonado. Acaso su espacio y su entorno, después de ser habitado y
explotado agrícolamente durante más de un milenio, estaba bien amortizado y fue
preciso ocupar nuevas tierras en un tiempo nuevo.
EN
LA LAGUNA DEL GALLO
El Calcolítico se desarrollará en las
tierras de nuestro término municipal en dos áreas: en la Sierra de San
Cristóbal –al menos en los poblados de Las Beatillas y La Dehesa (éste, el origen
del hábitat del Castillo de Doña Blanca), de los que escribiremos en otra entrega-
y en el área de influencia del arroyo Salado de Rota y sus afluentes, de cuyo poblamiento haremos breve
memoria a continuación.
7 Cuando las lluvias son abundantes, aún se puede entrever las dimensiones de la laguna del Gallo, como en esta imagen tomada en 1996 desde Las Animas. / Foto, Juan José López Amador.
Diez kilómetros tierras adentro del arroyo
Salado –la columna fluvial que vertebra la campiña portuense- se encuentra la
hoy desecada Laguna del Gallo y su marisma, que antes de que las tierras
linderas invadieran, por la reciente acción del hombre, buena parte de su
terreno, ocupaba una extensión de 120 a 150 hectáreas; espacio lacustre que se
alimentaba, abriéndose camino entre las ‘tierras negras’ bajas, por el arroyo
del Gallo, que también vertía sus aguas al Salado.
El entorno de la laguna está rodeado por
cerros de albarizas con cota máxima de 90 metros, que si hoy son terrenos
desnudos dedicados –desde hace dos mil años- a la roturación agraria intensiva,
en la Prehistoria reciente su espacio lo ocupaba un bosque abierto de
alcornoques, encinas, coscojas, sabinas, pinos piñoneros…, envueltos con
arbustos de jarales, torviscos, brezos…
8 Vista de la cara suroeste de Campín desde la laguna del Gallo. / Foto, J.J.L.A.
Según los resultados de nuestras
prospecciones, desde su primera ocupación hacia mediados del III milenio a.C.,
el entorno de la laguna del Gallo mantuvo una población continuada –con algunas
fluctuaciones espaciales- durante 2.300 años, hasta el fin del periodo
turdetano, a fines del siglo II a.C., cuando Roma impuso otra organización espacial
del territorio, explotándose las tierras de la campiña a gran escala desde villae rústicas (antecedentes de los actuales
cortijos), desapareciendo los antiguos núcleos de población. No sería hasta la
época andalusí, entre los siglos X al XIII, cuando el entorno de la Laguna del
Gallo volvió a poblarse con aldeas, en número de cinco: Campix, Grañina, Finojera, Poblanina y Fontanina. Con
la conquista cristiana de la región mediado el siglo XIII, el modelo volverá a
ser el romano, dividiéndose el espacio en latifundios en manos de una elite
económica y social; distribución que se ha mantenido, en buena parte, hasta
nuestros días.
EL
CÍRCULO Y LOS ÍDOLOS DE CAMPÍN BAJO
Según indican los materiales culturales
prospectados, fue al noroeste de la laguna del Gallo, a media ladera de un
cerro, en las tierras de Campín Bajo,
donde se estableció durante la Edad del Cobre una importante población –continuadora
de la de Cantarranas-La Viña-, el núcleo que vertebró –también con la actividad
agropecuaria como base de su desarrollo- el entorno de la laguna, donde se
emplazaron otros asentamientos coetáneos de menor entidad y seguramente de él
dependientes, arqueológicamente detectados en Venta Alta y, al mismo pie de la laguna, en Pocito Chico. Otro lo localizamos más al sur, en Vaina, junto al curso del Salado (ver
primer plano adjunto).
9 Detalle del vuelo aéreo de 1979 en las tierras de Campín Bajo, donde se aprecia la huella de una gran estructura circular con dos arroyos que la rodean.
En 1984, el geógrafo del Ayuntamiento
José Luis Martín informó al Museo de la existencia de una extraña estructura soterrada
en las tierras de Campín, según observó en algunas fotografías aéreas entonces
tomadas. Ciertamente, según cotejamos con otros vuelos aéreos, bajo tierra parece
existir un recinto circular de 120 metros de diámetro (algo mayor que la Plaza
de Toros de El Puerto) con la apariencia de ser un poblado cercado o
fortificado, que tiene una amplia abertura en el flanco sureste junto al que discurre
el curso de dos arroyos –hoy desecados y derivados del arroyo de Campín- y
percibiéndose al interior de la estructura anillos perimetrales menores,
derrumbes y construcciones de incierto origen.
En este lugar localizamos un ídolo
cilíndrico de mármol (20 cm de altura), que
aunque presenta la superficie muy desgastada, conserva en la parte trasera el
peinado en zigzag propio de estos símbolos religiosos de la Edad del Cobre que
se han hallado en algunos asentamientos de Isla Cartare: en las marismas bajas
del Guadalquivir –Lebrija, Trebujena y Sanlúcar- y en Torrecera (Jerez), en el
curso medio del Guadalete.
Y abajo de Campín, junto a la laguna del
Gallo y al yacimiento de Pocito Chico, en 1999 descubrimos en superficie,
extraída por el arado, una pieza cilíndrica (30 cm de grosor) de mármol, fracturada,
con una figuración antropomorfa femenina –la
dama del Gallo la llamamos- al modo de un ídolo cilíndrico pero de gran
tamaño, similar al de una ‘estatua-menhir’. Tiene un rostro estilizado
conseguido por pulimento y la cabellera tallada a golpes. La pieza conserva 1
metro de altura, encontrándose rota a la altura de una hendidura que recorre su
perímetro y parece dividirla en dos mitades, por lo que en su origen tendría al
menos 2 m de altura. Cronológicamente, ambos ídolos podrían fecharse –grosso modo- a mediados del III milenio
a.C., en los inicios de la ocupación de Campín Bajo durante la Edad del Cobre.
HUELLAS
DEL MEGALITISMO
Estos ídolos son manifestaciones ideológico-religiosas
de una sociedad desarrollada y jerarquizada, asociados a monumentos
megalíticos, habitualmente a enterramientos colectivos en dólmenes. En el espacio
que media entre las desembocaduras del Guadalquivir y el Guadalete sólo se han
excavado dos, el sanluqueño dolmen de Hidalgo que en 1959 exhumó Juan de Mata Carriazo
y en Rota el dolmen de Munive, pero su presencia en Isla Cartare sería un
elemento habitual de su paisaje.
Elementos que formaron parte de dólmenes
del Cobre son las cuatro estelas –de arenisca de la Sierra de San Cristóbal-
que hallamos en el entorno de Campín y la laguna del Gallo: en Pocito Chico,
una con la figuración de un guerrero, una gran cazoleta y otros elementos
simbólicos (expuesta en el Museo, sede del Hospitalito), y otra con grabados
esquemáticos y huellas de uso de pulimentar piedra; en Venta Alta, con un puñal
grabado, asociada a un amontonamiento de grandes piedras soterradas que podrían
corresponder a un dolmen; y una cuarta estela –hoy desaparecida- en un camino
que pasa por Campín, de cuyas cercanías debía de proceder.
12 Francisco Giles, entonces Director del Museo Municipal, y el profesor de la Universidad de Cádiz José Antonio Ruiz ante una estela en Venta Alta (hoy desaparecida), probablemente asociada a un dolmen existente en el lugar. / Foto, J.J.L.A.
Como ésta de Campín, son abundantes las
lajas de piedra que hemos encontrado (y seguirán apareciendo) en la campiña
portuense, extraídas durante las labores agrícolas y que secularmente han
servido y sirven para marcar los lindes de las fincas y las mojoneras de los
términos municipales. Fracturadas por los agricultores para facilitar su
transporte y su ubicación, al menos algunas son ortostatos, las piedras
verticales con las que se erigían los dólmenes y otros monumentos funerarios.
13 Rodrigo de Balbín –uno de los grandes especialistas de Europa en megalitismo y arte paleolítico- inspeccionando en Venta Alta la estela anterior. / Foto, J.J.L.A.
Decíamos que la población que se asentó
durante la Edad del Cobre en el entorno de la laguna del Gallo perduró en el
tiempo. Cerámicas del Horizonte cultural Campaniforme, que marca el comienzo
del Bronce (hacia 1900/1800-1500/1400 a.C.), las hallamos en Campín Bajo, Venta
Alta y Cortijo de los Santos Reyes; y en lugar más retirado, junto a la laguna
Salada, en El Barranco. La distribución espacial de estos cuatro asentamientos
–distantes entre punto y punto unos 3 km- parece
indicar la existencia de una vía de comunicación con el extremo occidental de
la Sierra de San Cristóbal, también habitada en este periodo.
14 Estela junto al camino de Campín que sube de Pocito Chico a Grañina. 1999. / Foto, J.J.L.A.
Otra vía de comunicación, fluvial, pudo
existir durante el Cobre y el Bronce (y posteriormente) a través del arroyo
Salado de Rota y sus afluentes para enlazar con los esteros de las marismas del
Guadalquivir, como apuntamos –recogiendo antiguos testimonios historiográficos- en el capítulo anterior. De cualquier modo, los
contactos, fuesen los que fuesen, entre los asentamientos de la laguna del
Gallo y los de las marismas del Guadalquivir –especialmente con la población de
Mesas de Asta- debieron de ser constantes en el transcurso de la Prehistoria
reciente.
La continuidad del poblamiento en torno
a la laguna del Gallo durante el oscuro periodo del Bronce Tardío también está atestiguada
en los materiales cerámicos prospectados, que vienen a decir que –como ocurrió
en toda la Baja Andalucía- se produjo una disminución de la población,
abandonándose algunos asentamientos y concentrándose los grupos humanos en los
hábitats más pujantes, con más recursos. En nuestra zona, así parece que
ocurrió en Campín Bajo, que durante las últimas centurias del II milenio a.C.
parece de nuevo presentarse como la población única o más importante de la
campiña portuense a comienzos del Bronce Final.
Un nuevo tiempo surgirá a partir del
siglo XIII a.C., acaso con el aporte de gente procedentes de la Meseta,
originarios de la cuenca del río Duero; grupos ganaderos trashumantes que se
asentarán en nuestras tierras –como lo hicieron en gran parte de la Península
Ibérica- y dejarán su impronta –reconocible por la arqueología- en las
cerámicas del Horizonte Cogotas I, que en nuestras prospecciones encontramos,
exclusivamente, en Campín Bajo y en Venta Alta, con datación final para este
periodo en el siglo X a.C. También se hallan en Mesas de Asta.
Por entonces se estaba fraguando en un
alto grado de civilización la cultura indígena que posteriormente los griegos
llamarán Tartessos, cuyas huellas se hallan en el entorno de la laguna del
Gallo en seis asentamientos que localizamos en nuestras prospecciones –siempre
con nuestros amigos José Antonio y Nani- de los años 80.
De esos poblados tartesios escribiremos
en una próxima entrega, y también del tiempo en que navegantes fenicios,
procedentes de algunas colonias del Mediterráneo, pisaron, por vez primera en
el siglo IX a.C., los cerros de la laguna del Gallo y que con los indígenas tartesios
entablaron fructíferos contactos comerciales.
16-17 Dibujos de materiales cerámicos de Campín Bajo: a la izquierda, Campaniformes y del Bronce; a la derecha, Campaniformes, Bronce y Cogotas I.
De ello escribiremos después de que en
la próxima nótula lo hagamos –con la firma de José Antonio Ruiz, su director- de las excavaciones arqueológicas que se
realizaron a fines de los años 90 en Pocito Chico con los hallazgos de
vestigios de poblados de la Edad del Cobre y del Bronce, a orilla de la laguna
del Gallo. Al sur de Isla Cartare.
18 Vista desde Pocito Chico hacia Campín Bajo. La ganadería fue una de las bases económicas de los poblados del entorno de la laguna del Gallo. / Foto, J.J.L.A.
19 Hacha de bronce del yacimiento de Venta Alta. / Foto, J.J.L.A.
Texto: Enrique Pérez Fernández y Juan José López Amador.
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