Publicado
en la REVISTA DE HISTORIA DE EL PUERTO, nº 52, 2014, pp. 123.130.
Juan
José López Amador * y Enrique Pérez Fernández**
Una Ara
funeraria romana recuperada en El Puerto de Santa María, Cádiz.
Con
la única finalidad de darlo a conocer -en la publicación que consideramos la
adecuada- presentamos un singular objeto romano exhumado en la pasada década de
los 90 en el patio del Hospitalito de nuestra ciudad, en una escombrera formada
en fecha incierta y procedente de algún lugar también desconocido, si bien
plantearemos una hipótesis, apoyándonos en fuentes historiográficas, del espacio
que pudo ocuparen su origen. No realizamos un estudio de la pieza arqueológica,
nos limitamos a que vea la luz y facilitar que sea conocida y pueda ser
estudiada por algún especialista en el mundo funerario romano.
1. Redescubrimiento
dela ara
A
fines de la pasada década de los 90, el Ayuntamiento emprendió la tarea, a
través de la Escuela Taller ‘Hospitalito’, de recuperar la arquitectura
original del Hospital de Mujeres de la Divina Providencia (fundado en 1753 y
clausurado en 1821, popularmente conocido como Hospitalito)y consolidar sus estructuras murarias, por entonces en estado
de abandono y en parcial peligro de derrumbe. El objetivo, convertir el
inmueble, tras sucesivas actuaciones que aún están pendientes de culminarse, en
la definitiva sede del Museo Municipal.
Durante aquella intervención, en linde a
la inconclusa galería porticada del inmueble y con el fin de dejar expedito un
paso al exterior del espacio columnado, se procedió a excavar y retranquear (en
26 m de longitud por 2m de anchura) el escombrero apisonado que en fecha
imprecisa se volcó y colmató el extenso solar (31 m de longitud por 17 m de
anchura máxima y 1’50 m de altura) frontero a la galería porticada, espacio
elevado sobre el suelo original del s. XVIII que fue el patio del Colegio del
Hospitalito(cerrado hacia 1980) que ocupó, desde mediado el s. XIX, la planta
baja del antiguo hospital.[1]
En ese pasillo vaciado por la Escuela
Taller se descubrieron entonces cuatro lápidas de mármol, todas fragmentadas: se
pudo reconstruir la de la Panadería pública (1708) que existió en la calle
Sierpes, cerrada en la década de los 50 del s. XIX;[2]y
están incompletas tres lápidas funerarias.[3] Y
con ellas, la ara romana que aquí damos a conocer. Conocido este antecedente,
es previsible que cuando se desmonte por completo el escombrero se descubran
otros objetos históricos de dispar cronología y procedencia.[4]
El caso fue que tras hallarse esta ara,
fue depositada sin el control adecuado en una dependencia aneja al patio, donde
permaneció, olvidada, hasta su “redescubrimiento” a fines de 2013, mientras se
procedía a reordenar los fondos del Museo.
Al día de hoy, desconocemos cuándo se
formó la escombrera y de dónde procedían los materiales, los de desechos
constructivos y las lápidas y el ara. Los hallazgos de éstas (que aparecieron
entremezcladas con material cerámico que no fue identificado ni conservado) pueden
indicar que antes de ser volcados entre los escombros traídos de otro lugar, podrían
haber sido acopiados en alguna estancia baja del Colegio de San José como un almacén municipal
de objetos destacados procedentes del derribo de inmuebles, seguramente formado
durante la segunda mitad del s. XIX (reiteramos que la lápida fundacional de la
Panadería se quitaría en la década de los 50). Cuestión ésta que tampoco hemos
podido verificar en el Archivo Municipal.[5] No
obstante, acerca del origen espacial dela ara funeraria, en el epígrafe 3
apuntaremos como hipótesis, basándonos en fuentes historiográficas, cuándo pudo
ser depositado en el Hospitalito y desde dónde se trajo.
Vista frontal dela
ara, lateral izquierdo y sección de éste donde se aprecia el desgaste antrópico
del campo epigráfico romano para su reutilización como molino de mano.
2. Descripción dela
ara
El
objeto arqueológico que presentamos es una ara funeraria romana, el altar sagrado
que, imitando en reducidas dimensiones un templete, señalaba el lugar del
enterramiento de las cenizas de un difunto y en el que–en una cavidad de su
parte superior-se realizaban libaciones (principalmente de vino) en su honor y
en homenaje a los dioses Manes, los protectores de los familiares fallecidos, según
el modelo que se implantó durante la renovación religiosa que marcó Augusto (27
a.C.-14 d.C.) y que se generalizó por todo el orbe romano durante el Alto
Imperio.
Dos características saltan a la vista al
contemplarse el ejemplar recuperado: que en algún momento desconocido postdeposicional
fue mutilado en buena parte de su estructura y reutilizado como piedra de
molino y que, no obstante de esta circunstancia, aún se percibe que en su
origen fue un objeto de excelente factura, dedicado a alguien de destacado relieve
social y económico.
Es una pieza facturada en mármol blanco de
buena calidad que conserva una altura máxima de 0’65 m, 0’50m de anchura y 0’30
m de profundidad. Siendo también habitual que las aras se dispusieran anejas a
una pared, éste era un monumento funerario exento, labrado para ser contemplado
en su derredor pues conserva en su parte posterior motivos decorativos y la
superficie alisada y rematada.
Lamentablemente, la inscripción
funeraria que tenía en el frontal fue desbastada y borrada para emplearse su
superficie, una vez alisada en forma ligeramente abarquillada, como piedra de
molino de mano o mortero. El campo epigráfico –cuya moldura sólo se ha
conservado en la esquina superior izquierda y levemente en la derecha- se
iniciaría con la fórmula D. M. S.: DiisManibusSacrum (consagrado a los
dioses Manes) o abreviado en D. M. y
seguido del nombre del difunto, edad y acaso el oficio o alguna otra particularidad
destacada por los familiares.
Arriba de la inscripción desaparecida,
unas molduras simples descansan sobre otra decorada con una guirnalda de hojas
y flores con pétalos que se desarrolla también por detrás (no visibles en los
laterales al encontrarse uno mal conservado y el otro desbastado). Encima de
esta moldura decorada, rematando la ara se situaría en el centro (en nuestro ejemplar,
aparentemente sin el frontón que en otros lo precede en imitación de los
templetes) la caja circular donde se realizarían las libaciones y a cada lado un
roleo (forma de rollo o cilindro), habitualmente decorado en los frentes con
una flor de pétalos. Ambos elementos –vaso de libación y roleos- fueron
cercenados en su totalidad, pero se observan sus plantas en la superficie,
teniendo la caja un diámetro de 15 cms.
También fue cercenada completamente la
base dela ara, perdiéndose así las molduras simples decrecientes sobre las que
se asentaba.
En relativo buen estado sí se ha
conservado el lateral izquierdo, en el que se representa, como era típico en
este ritual funerario, el jarro con asa (praefericulum)
que representa al utilizado en las libaciones. El lateral derecho, la parte más
amputada de la pieza, perdió la pátera, el plato que también se empleaba durante
la ceremonia religiosa.
La ara recuperada y pronto expuesta en
el Museo Municipal es una pieza que por sus características formales,
iconografía y calidad puede datarse en el siglo I de nuestra era, sin descartarse
que pueda ampliarse al II. Su procedencia, hoy por hoy, nos es desconocida.
Reconstrucción de
la ara. Arriba, en los extremos, los roleos; al centro se situaba la caja de
las libaciones.
3. Hipótesis de
su emplazamiento original
En
1948, el investigador gaditano César Pemán, en un artículo en el que se
decantaba por ubicar el paso de la Vía Augusta (fines s. I a.C.- comienzos s. I
d.C.) por El Puerto de Santa María y la fundación en su solar del PortusGaditanus,[6]recogió
de fuentes historiográficas dos noticias de vestigios romanos exhumados en el
subsuelo del convento de San Antonio de Padua (levantado a partir del primer
tercio del s. XVII en la calle Larga, hoy solar de la plaza Peral y del Ayuntamiento):
Joaquín Rodríguez habló en 1878 del hallazgo de un mosaico romano de 3 x 4 varas
(2’50 x 3’30 m);[7]y
fray Pedro de San Cecilio, en sus Anales
de la Orden de la Merced Descalza (1669, folio 502) mencionó el descubrimiento
de cimientos antiguos, un pozo y una
ara.
Frontal de la ara.
Siendo un hecho que los descubrimientos de
aras funerarias romanas no son hallazgos habituales, debe de considerarse la
hipótesis de que la pieza exhumada en el s. XVII bajo el convento de San
Antonio sea la misma que apareció en el Hospitalito a fines del XX.
Acerca del origen de la mutilación y reutilización
de la ara, entendemos que lo más probable es que al descubrirse la pieza cuando
se cimentaba el convento de San Antonio ya se encontraría de antiguo fracturada
y reutilizada, desde los tiempos iniciales de la implantación del cristianismo
en la Bahía de Cádiz: Cuando se realizaron excavaciones arqueológicas en la
plaza Peral en 1994,[8]se
exhumó un abundante y variado material cerámico tardorromano del s. VI (más
numeroso a mediados), tal como se estudió y fue publicado en las memorias de
las excavaciones, a las que remitimos.[9]Se
constató entonces la presencia en el solar de la plaza de un asentamiento que
puede corresponder a una villae, a la
que estaría asociada el mosaico y los cimientos
antiguos citados.
jarro lateral (praefericulum)
Y bien pudo ser que cuando se cercenó la
ara (con más probabilidad, en los tiempos convulsos de la RenovatioImperii y la formación de la provincia bizantina de
Hispania), para su nueva función se desacralizó (de los paganos dioses Manes), eliminándose
completamente la parte superior, donde se realizarían las libaciones en
homenaje a estos dioses protectores. Del mismo modo desapareció la pátera del
lateral derecho, que era la figuración de la empleada también en el ritual
religioso romano. Pero sí se mantuvo, o se respetó, en el lateral izquierdo, el
jarro con asa; y ello pudo ser porque este mismo objeto continuó empleándose
durante siglos en los ritos cristianos (su destrucción se consideraría un
sacrilegio real).
Si la ara funeraria fue dispuesta originariamente
(ss. I-II de nuestra era) en el mismo solar de la plaza Peral en que fue
hallada –en la Antigüedad Tardía y en la Edad Moderna- es cuestión que no se
puede determinar. En las excavaciones practicadas se exhumó material cerámico
romano a partir del siglo II a.C., pero suelto y rodado, no confirmándose, al
no hallarse niveles arqueológicos in situ, la ocupación continuada de este
espacio durante el Alto Imperio. Las principales infraestructuras del Portus que a fines del s. I a. C.
estableció Lucio Cornelio Balbo ‘el Menor’ se establecieron, como han marcado las
diversas actuaciones arqueológicas realizadas en el casco urbano hasta la
fecha, en el entorno del Castillo de San Marcos. El espacio excavado en la
plaza Peral se sitúa en linde al paso de la Vía Augusta por el Portus Gaditanus (trazado por las
actuales calles Javier de Burgos y Santa Clara), según la tesis que mantuvimos
–creemos que con sólidos argumentos- en otra publicación.[10]
A partir de los antecedentes anotados,
hipotizamos que la ara funeraria recuperada, probablemente facturada en el
siglo I d.C. y depositada en su origen en lugar desconocido (se conocen enterramientos
altoimperiales en el entorno del convento del Espíritu Santo), hacia mediados
del s. VI fue mutilada, desacralizada y reutilizada como piedra de molino en
una casa tardorromana erigida en el solar de la plaza Peral, donde fue hallada al construirse en el s. XVII el convento de San Antonio y conservada
(acaso también reutilizada) en el recinto religioso hasta que fue derribado en 1868
a raíz de las medidas anticlericales adoptadas tras la Revolución de La
Gloriosa, de lo que ya escribimos in extenso en otro lugar.[11]Luego
sería trasladada al exhospital de la Divina Providencia (Hospitalito), donde
fue redescubierta a fines del s. XX tras ser volcada, en fecha incierta y junto
a otros objetos muebles procedentes de otros derribos, en la escombrera de su
patio.
** Historiador
(enpefer@hotmail.es).
[1] El colegio abrió
sus puertas hacia 1850 como centro de instrucción pública de niños con el
nombre de San José, al tiempo que en
la planta superior se habilitó el de niñas, Nuestra
Señora de la Concepción. Anteriormente, desde la misma fundación del
hospital, sus dependencias también acogieron una escuela de niñas sin recursos.
[2] El texto lo
recoge Anselmo J. Ruiz de Cortázar en su
Puerto de Santa María ilustrado y
compendio historial de sus antigüedades (1764). Edición y estudio, M.
Pacheco Albalate y E. Pérez Fernández. Ayto. de El Puerto de Santa María,
Biblioteca de Temas Portuenses nº6, 1997, pp. 408-409. En su solar, en 1861 se
establecieron, provisionalmente, los puestos ambulantes de pescado que hasta
entonces se instalaban en la calle Santa María.
[3] Una grande,
marcando los enterramientos -no se han conservado las fechas- de D. Domingo
López de Villar y Dª Magdalena de la Peña (s. XVII), y dos pequeñas, de nichos,
no identificables.
[4]Por información
oral, conocemos que en la casa lindera a la iglesia del hospital, en la calle
Zarza, antes de su última remodelación existían fragmentos de lápidas en los
escalones de la casapuerta y en los suelos de algunas habitaciones.
[5]Al respecto, hay
que tener presente el escaso o nulo interés que las autoridades portuenses prestaban
al patrimonio mueble e inmueble, y aún más en tiempos convulsos de
desamortizaciones y revoluciones. Valga como ejemplo recordar que en 1895, al
crearse el Parque Calderón, se derribó la Fuente del Sobrante (1741) y que la
de las Galeras estuvo a punto de correr la misma suerte.
[6] “Nuevas
precisiones sobre vías romanas en la provincia de Cádiz”, Archivo Español de Arqueología nº21, 1948, pp. 255-268. La mención a las
fuentes en p. 260.
[7] En una
conferencia sobre hallazgos arqueológicos en El Puerto que entonces pronunció,
publicada en el Boletín de la Sociedad
Geográfica, 1878, tomos IV y V.
[8]A cargo del Museo
Municipal y la dirección de don José María Gutiérrez López, en trabajos previos
a la construcción del actual aparcamiento subterráneo.
[9] F. Giles
Pacheco, J. Mª Gutiérrez López, L. Lagóstena Barrios, J. J. López Amador, J. M.
de Lucas Almeida, E. Pérez Fernández y J. A. Ruiz Gil: Aportaciones al proceso histórico de la ciudad de El Puerto de Santa
María. La intervención arqueológica en la plaza de Isaac Peral. Ed. J. J.
López Amador, 1997. El estudio del
conjunto cerámico tardorromanoy su marco histórico lo realizó don Lázaro
Lagóstena: pp. 88-122.
[10] J. J. López
Amador y E. Pérez Fernández: El Puerto
Gaditano de Balbo. El Puerto de Santa María, Cádiz. Ed. El Boletín, 2013, pp.
156-157. El paso de la calzada y sus vestigios por el término municipal y la
ciudad, en los capítulos 1 y 4.
[11] Lugar citado en
nota 9. Una aproximación a la historia del convento y su derribo, en pp.
19-35.
Hay un ara muy parecida en la ermita de la Oliva de Vejer
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